Beyond Netflix: 10 películas clásicas de Hollywood que deberías ver
- North by Northwest de Alfred Hitchcock (1959)
Roger Thornhill, el personaje de Cary Grant, se dispone a cenar en el tren que lo lleva de Nueva York a Chicago. Como va solo debe compartir mesa con una misteriosa y bella rubia, Eve Kendall, que inesperadamente lo ayudó a escapar de la policía. Ahora están frente a frente en un encuentro íntimo que es ante todo un juego de seducción. En un momento dado ella va a fumar un cigarrillo y él le pasa un fósforo desde una caja personalizada con sus iniciales: R.O.T. “¿Qué significa la O?, le pregunta Eve. “Nada”, responde él. La O es un signo vacío, una distracción sin significado, como la vida. En esa pregunta y en esa respuesta está el nudo dramático de North by Northwest.
La fotografía, el vestuario, la arquitectura que imita a Frank Lloyd Wright y los rostros gigantes de los presidentes del Monte Rushmore son cartones pintados sobre un vacío profundo, el vacío del propio Roger Tornhill, que parece estar soñando la serie de enredos que lo sacan de su cómoda vida en Nueva York y lo envuelven en una intriga de política internacional. En su total falta de verosimilitud, en su permanente sensación de divertimento, Hitchcock crea una obra maestra que toma el precepto kafkiano del elegido trágico para llevarlo al terreno de la fantasía masculina.
La escena icónica de este filme ocurre de día y a campo abierto en la carretera entre Chicago e Indianápolis. Se supone que Kaplan (un personaje que no existe) ha citado allí a Thornhill para explicarle lo que ocurre. Todo es una trampa mortal. Explicaba el propio Hitchcock: “Quise reaccionar contra un viejo cliche: el hombre que se ha presentado en un lugar en que probablemente va a ser asesinado. Ahora bien, ¿qué es lo que se hace habitualmente? Una noche «oscura» en una plaza de la ciudad. La víctima espera, de pie en el círculo luminoso de un farol. El pavimento está mojado por una lluvia reciente. Un primer plano de un gato negro que corre de manera furtiva a lo largo de una pared. Un plano de una ventana, el rostro de alguien que corre la cortina para mirar afuera. La lenta aproximación de un coche negro, etc. Yo me hice la siguiente pregunta: ¿qué sería lo contrario de esta escena? ¡Una llanura desierta, en pleno sol, ni música, ni gato negro, ni rostro misterioso tras las ventanas!”. La escena es tan absurda y está tan meticulosamente planificada que el avión parece la intrusión devastadora de la realidad sobre un sueño placentero y profundo del que duele despertarse.
¿Dónde verla?: QubitTv
2. The Man Who Shot Liberty Valance de John Ford (1962)
Un senador de Estados Unidos llega a un pequeño pueblo del Oeste para asistir al funeral de un hombre ignoto. La prensa local se entera y lo interroga. El senador evoca la historia de ese cadáver olvidado y en esa evocación se cifra la magia de la película y su endiablada ambigüedad.
Estamos en un Oeste envuelto por una plomiza melancolía. El senador, entonces un joven abogado, llega a Shinbone para abrir un estudio en una ciudad sin leyes. La metáfora de la civilización y la barbarie se hace real de inmediato, cuando un conocido matón llamado Liberty Valance asalta su galera, lo golpea y lo humilla físicamente. Quien lo rescata es el cowboy del lugar, un enorme John Wayne, viejo y cansado pero de corazón noble: en un lugar sin reglas él es el dueño de la fina línea que separa lo que está bien de lo que está mal. Alguien debe matar a Liberty Valance, sacrificio necesario para edificar la nación, y alguien debe ser el héroe que se lleve el mérito por la proeza.
Como Tema del Traidor y el Héroe de Jorge Luis Borges, esta obra maestra de John Ford es un ensayo sobre la construcción de la historia y de la mitología. ¿Quién mató a Liberty Valance? “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, se imprime la leyenda”.
¿Dónde verla?: QubitTv
3. Sunset Boulevard de Billy Wilder (1950)
La película favorita de David Lynch es una pesadilla fabricada en el corazón de la fábrica de sueños. Un guionista de Hollywood acorralado por las deudas acaba en la mansión de una vieja actriz que tuvo sus años de gloria durante la era del cine mudo. Ella quiere recuperar el brillo perdido, el quiere sobrevivir hasta el próximo día, y la relación se va tornando enfermiza hasta la tragedia. El juego por espejos entre Norma Desmond, el personaje, y Gloria Swanson, la actriz, le da un tono perverso a esta obra monumental de Billy Wilder que le pone un punto final a los días dorados de la representación, cuando el cine construía el imaginario popular y la televisión comenzaba a aparecer como una plaga infecciosa en los hogares. La pantalla es un gran agujero negro que absorbe toda forma de deseo y la mirada arrebatada de Norma en el plano final es uno de los momentos más inolvidables de la historia del cine.
¿Dónde verla?: QubitTv
4. Angels With Dirty Faces de Michael Curtiz (1938)
La New York en construcción de los años 30 es el escenario de la amistad de dos chicos humildes, Rocky y Jerry, que menos por necesidad que por un afán juvenil de aventuras intentan robar el vagón de carga de un ferrocarril. La policía los persigue, Rocky ayuda a su amigo a escapar pero termina preso. En esta escena se cifra su destino: la culpa hará de Jerry un sacerdote ejemplar, Rocky se transformará en un afamado gánster.
Varios años después, Rocky vuelve al barrio para cerrar un negocio y recupera el mundo que ha perdido: su viejo amigo Jerry, los chicos de la parroquia y Laury, un viejo amor infantil. A pesar de ser un delincuente y un convicto, todo el mundo ama a Rocky y el sacerdote contempla preocupado cómo su carisma aparece como un modelo de vida ideal para el grupo de adolescentes que trata de enderezar.
La actuación de James Cagney es, como siempre, impresionante, dando su cuerpo a un personaje cuyo camino último es la autodestrucción. Condenado a muerte, la tragedia no lo afecta porque sabe a la perfección que vivirá como una leyenda para todos los chicos de la ciudad y acaso ese haya sido su único deseo. El pedido de su amigo sacerdote es, por eso mismo, emocionante: actuar como un cobarde en la hora final, destruir su propio mito y salvar a los jóvenes de un camino similar. Rocky se niega.
Es material de la filosofía aquella idea que expresa que el verdadero sacrificado en la muerte de Jesús es Judas, que aceptó pasar a la eternidad como un traidor. El acto final de Rocky Sullivan puede ser tanto su última gran actuación como el miedo universal ante la proximidad de la muerte. La incertidumbre queda en el espectador que, impávido, se enfrenta a un film que no concluye nunca. En el plano final, luego de la tragedia, los jóvenes suben una escalera iluminada por los rayos del sol del mediodía. Allí hay una ascensión divina que sólo puede ser producto de un milagro secreto.
¿Dónde verla?: En esta copia no muy buena de DailyMotion
5. It´s a Wonderful life de Frank Capra (1946)
En la inmensidad del cielo estrellado, bajo la forma de una constelación, Dios contempla a George Bailey, un hombre al borde del abismo. Este invocación inicial a la divinidad es un recurso milenario de la narrativa occidental, presentado aquí con una luminosidad que luego Disney industrializó. “Canta, oh diosa, la cólera del Pélida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades a muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves” entona Homero en el comienzo de la Ilíada. Un Dios sin religión y sin Iglesia será quien cuente la historia de George, desde su infancia hasta el momento definitivo de su vida.
George sueña con salir del pueblo y recorrer el mundo pero una y otra vez debe quedarse para ayudar a las personas que lo rodean. Heredó de su padre una entidad financiera que no prioriza el lucro sino la posibilidad de ayudar a que los ciudadanos, muchos de ellos inmigrantes recién llegados a la nueva América, cumplan su sueño de la casa propia. Lucha contra la mezquindad del señor Potter, villano perfecto que basa su ambición en el desprecio hacia la nueva sociedad multi cultural. Bajo las luces del pueblo idílico de Bedford hay padres que pierden a sus hijos en la guerra, alcoholismo, inmigrantes sin techo, una economía en bancarrota y afroamericanos trabajando para sobrevivir hasta el día siguiente. Lo único que sostiene la frágil calma es el sentido de comunidad que George parece encarnar, incluso a costa de su propia felicidad.
El día de Navidad su esperanza inquebrantable parece venirse abajo. Solo y aislado en la noche tiene una experiencia mística. Mahoma, Jesús, Moises y tantos otros profetas atravesaron experiencias similares: George es el elegido y la verdad se le revela con una claridad absoluta. En el afán de no contar el final diré que, bajo la siempre emocionante melodía de la canción escocesa Auld Lang Syne, la película revela un humanismo conmovedor.
¿Dónde verla?: Netflix y QubitTV
6. Trouble in Paradise de Ernst Lubitsch (1932)
Gaston y Lily son dos delincuentes inmersos en la alta sociedad europea de comienzos del siglo XX, esa nobleza decadente que, como se narra en La Montaña Mágica o Titanic, se hundiría sin remedio algunos años después. La pareja selecciona como próxima víctima a la viuda de un millonario, Madame Colet, una mujer hermosa y liberal de la que Gaston se enamora perdidamente. La película es una sucesión de ingenio, elegancia y humor que concibe a la cámara no como testigo de una situación más o menos divertida sino como parte de una coreografía de cuerpos y luces. Ernst Lubitsch genera un código propio que el espectador cree y a partir del cual es transportado por los salones y las casas de campo de la aristocracia europea con una sonrisa en el rostro. Gastón descubre, por supuesto, que alrededor de Madame Colet hay una serie de sujetos peores que él tratando de robar la fortuna de la mujer.
Lubistch filma la libertad: sus películas son imprescindibles porque tienen ese sabor dulce que el mundo ha perdido. El Código Hays fue sólo el inicio de una larga serie de restricciones que llegan hasta nuestros días en forma de vastos dispositivos electrónicos. El amor libre de Trouble in Paradise se transformó en la repetición de una fábula unívoca: aquella en la que los hombres y las mujeres forman un hogar para encerrarse en él y canalizar los deseos reprimidos mirando una pantalla.
¿Dónde verla?: Suerte
7. Fury de Fritz Lang (1936)
Fritz Lang rechazó trabajar para Joseph Goebbels y llevó su oscuridad europea a la naciente industria americana. Esta decisión creó una serie de películas de una belleza aún hoy difícil de emular, con joyas olvidadas y de encargo como The Blue Gardenia o clásicos de renombre como The Big Heat.
Fury es sencillamente brillante. Un hombre enamorado y trabajador interpretado por Spencer Tracy se traslada a una nueva ciudad para conseguir un buen empleo y poder casarse con su novia, la preciosa Sylvia Sydney. Al llegar a su nuevo destino nuestro honrado common man es acusado injustamente de un secuestro y condenado a prisión, donde una turba surgida de las entrañas de un apacible pueblito americano intentara prenderlo fuego. Lo que llega luego es un admirable debate moral sobre los alcances de la locura colectiva que Lang desarrollo de manera clásica en otros títulos formidables como M o You Only Live Once. Aunque estaba a miles de kilómetros de distancia, Lang pareció hablar una y otra vez de ese proceso de locura colectiva que experimentó en persona y que dio lugar al nazismo, casi a modo de amarga advertencia.
¿Dónde verla?: Se pueden ver otras películas del director en QubitTV
8. Chimes at Midnight de Orson Welles (1965)
Orson Welles es el primer cineasta moderno justamente porque en sus películas narra la monumental caída de la modernidad. Kane, los fabulosos Amberson, Falstaff, el detective Quinlan, todos sus personajes terminan abatidos por su magnificencia, por su incapacidad para sostener su propio gigantismo. Claro que esta parábola le cabe al propio Welles y quizás sea por eso, porque el mundo y él compartían la misma metáfora, que algunas de sus películas son fabulosas .
Chimes at Midnight está basada en 4 diferentes obras de Shakespeare, Las Alegres Comadres de Windsor, Ricardo II, Enrique IV y Enrique V. Las tres últimas conforman una línea histórica que narra sucesivos reinados en la Inglaterra del siglo XII, la primera es de donde extrae Welles el carácter asombroso de Falstaff. Welles logra con él una caracterización que trasciende lo corpóreo, que es mimética y asombrosa, que se transforma en un juego de espejos donde personaje y actor se apropian del otro y conforman una máscara perfecta y final. Falstaff es un cuerpo desbordado, el misterioso punto donde el eros y el thanatos se juntan, es soberbio, haragán, vago, borracho, mentiroso, miserable, obeso y, claro, irresistiblemente encantador. Y hay mucho de él en ese otro mito que es Orson.
La película narra la vida del joven príncipe Hal, que detesta la vida de la corte y vaga por la campiña en compañía de su mentor, el impresentable Falstaff. Hay una envalentonada civil contra el reinado de su padre y el príncipe sale en su defensa hasta asumir, finalmente, su destino como rey. Si Citizen Kane es la obra menos interesante de Welles porque sobre el final encuentra un centro, un banal símbolo de la inocencia que acomoda las piezas del laberinto y le quita algo de su horror, en Falstaff, en cambio, la resolución es misteriosa y, por lo tanto, particularmente cruel. La caída de Falstaff es anunciada y conmovedora. Javier Marías, algo azorado, ha dicho que el momento en que Hal se convierte en Enrique V y rechaza a su otrora compañero es una de las escenas más tristes y despiadadas de la literatura y el cine. Las palabras que Hal le dirije a Falstaff en ese momento me eximen de comentarios:
“No te conozco, anciano. (…)He soñado largo tiempo con una especie de hombre como tú, así de libertino, pero ahora he despertado y desprecio mi sueño (…). He dado la espalda a mi antiguo yo, así que cuando oigas que vuelvo a ser el que he sido, acércate a mí y tú serás el que fuiste” (Segunda parte: Act. V, esc. 5).
El gesto que Falstaff-Welles hace al escuchar esto en boca de su viejo amigo conforma uno de esos misteriosos momentos que un director de cine busca toda su vida. Esas campanadas a la medianoche dan por terminado un sueño en el que un tipo como Falstaff podía juntarse con la realeza, en el que la ética del bufón podía llegar al poder. Si en algún momento creímos que Falstaff estaba usando al príncipe para alcanzar los honores de la corte, luego comprendemos que era el príncipe quien lo usaba a él para divertirse un poco, como una adolescente se divierte con su perro.
Welles filma en España una historia ambientada en Inglaterra con su genialidad visual, su amor teatral por las puestas grandiosas, sus arrebatadores primeros planos en gran angular, sus movimientos coreográficos en escena y algunos inolvidables planos secuencia. Chimes At Midnightes es la dolorosa despedida de Orson hacia una corte hollywoodense que lo despreciaba y que, como Hal transformado en Enrique V, ha perdido su humanidad para volverse una sociedad anónima donde no hay lugar para payasos.
¿Dónde verla?: Ni idea. Se pueden ver otras del director en Netflix y QubitTV
9. Laura de Otto Preminger (1944)
En el prólogo a El Aleph, Jorge Luis Borges enuncia algunas de sus preferencias de estilo. Una de ellas, lo recuerdo, dice: narrar la historia como si no se la entendiera del todo. El escritor no tiene por qué conocer o explicar cada detalle del argumento, su incertidumbre puede ayudar a que el lector sienta que la historia es verosímil o posible, las vaguedades o ambigüedades están prohibidas en la ciencia pero en el arte colaboran para que lo fantástico se infiltre en la realidad haciendo que éste pierda sus estructuras, saboteándola.
Laura ha sido asesinada. El detective Mark McPherson investiga el homicidio. Como todo buen personaje de cine noir (aunque es cierto que el filme excede el género), es un hombre solitario y dotado de un muy americano sentido de la ética. Mientras se inmiscuye con cierto cinismo en la vida de los sospechosos el detective comienza a fascinarse con la chica, cadáver exquisito encarnado en un cuadro que corona su departamento, al que McPherson vuelve una y otra vez con la excusa de encontrar pruebas. Todo lo que sabe acerca de Laura le ha llegado por testimonios de terceros, relatos fragmentarios del pasado que le sirven para crear una imagen de la mujer que esa pintura absorbe en toda su belleza. Hacia la mitad de la película, Waldo Lynecker (uno de los sospechosos) lo increpa y le advierte sobre el poder de fascinación de la mujer.
Vaya usted con cuidado o acabará en un sanatorio mental. Con seguridad seria el primer paciente enamorado de un cadáver.
McPherson expulsa a Waldo (un periodista cínico y solitario interpretado de manera genial por Clifton Webb) y pasa la noche en el departamento de la muerta, tratando de descifrar el misterio de su asesinato y, por qué no, para estar a solas con ella. Pensando en el asunto, fatigado, se duerme en un sillón, bajo la imagen . Es allí cuando el director Otto Preminger decide hacer un travelling arrebatador hacia el rostro de McPherson para luego volver a alejarse, como si por un momento nos hubiéramos metido en su sueño. En ese momento el detective abre los ojos y desde la puerta llega, vestida de blanco, Laura.
Todo lo que sucede de aquí en más tiene múltiples interpretaciones. En el filme se nos muestra una muy barroca resolución del misterio y una explicación perfectamente lógica a esa súbita aparición. Pero la otra explicación, mucho más interesante y ambigua, es que todo lo que sucede de allí en más es ese sueño de McPherson y la resurrección de Laura no es más que el deseo afiebrado de un enamorado. En ese juego en el que la diferencia entre lo real y lo fantástico se difumina es donde radica la belleza de la película. Preminger no nos da una certeza clara sobre lo que sucede.
En el momento exacto en el que McPherson hace surgir a Laura desde las profundidades de su mente sus actitudes cambian por completo: ya no necesita del alcohol para ordenar sus ideas, apenas vuelve a hacer uso de su juguete infantil para calmar su ansiedad, y lo más importante, todo lo que sucede está contado bajo su punto de vista, sus impulsos o sus deseos, sobre lo que quiere oír o lo que desea hacer. Es el héroe de su propia alucinación.
La primera frase de la película es significativa: Nunca olvidaré el fin de semana en que Laura murió… Lo interesante del caso es que sale de la boca de Waldo Lynecker, que muere al final de la película. Por lo tanto, ¿cómo puede haber dicho eso? El punto es que este detalle aparentemente ilógico puede ser tanto una pista acerca de la verdadera trama de la película (si Lydecker habla es porque no murió) como un engaño perverso por parte de los guionistas o, mucho mejor, un error garrafal. El hecho de que todas estas posibilidades sean verosímiles habla muy bien del filme. Recuerdo aquél viejo chiste acerca de Citizen Kane: ¿quién escuchó “Rosebaud” si no había nadie en la habitación? Bueno, a Kane lo escuchó el cine.
¿Dónde verla?: Ni idea.
10. Hud de Martin Ritt (1963)
Alguna vez imagine un ciclo de cine que narrara la historia de Estados Unidos a través de 10 películas. Como tantas otras cosas en mi vida, el ciclo nunca se hizo aun cuando ya había elegido cada uno de los films a proyectar y elaborado su necesario marco histórico. Hud era parte del grupo, la imaginaba luego de Red River de Howard Hawks (una película que podría ser parte de esta lista), narrando no sólo el cambio de matriz productiva sino, principalmente, el cambio de mentalidad: del ético Math Garth al miserable Hud Bannon, del optimismo mesiánico de los cuarenta a la decepción existencial de los sesenta, del sello de convivencia firmado por la civilización con la barbarie al aislamiento estremecedor de la escena final de Hud. Quien sabe, quizás nuestras biografías no sean mas que el recuento de nuestros fracasos.
Hud es una película crepuscular. Su vision de la vida en los ranchos y en los pueblos ganaderos, con sus concursos de atrapar al cerdo y la pantalla de cine como forma de vinculo social, tiene una enorme fuerza elegíaca. Como decia Borges del Don Segundo Sombra de Guiraldes: todo allí parece estar haciéndose por ultima vez. Entre esa tradición americana se abre paso el impiadoso Hud. El personaje de Paul Newman (cuyo atractivo devastador es casi una representación diabólica) es el único capaz de detectar cuan mediocre es la vida en la llanura y su nueva ambición acaba por destruir cada detalle de la vida cotidiana en los campos. Acostándose con mujeres casadas, embriagándose, manejando a toda velocidad, Hud necesita sentirse vivo en una comunidad donde todo parece eterno o inamovible. El personaje aprovechara la primera debilidad de su padre para apoderarse del campo y destinar la tierra a la renta petrolera. La escena en la que el anciano Ojos Furiosos Bannon se niega al avance del nuevo oro negro es poderosa: ¿como voy a vivir de algo que no veo crecer? La esperanza americana estará cifrada en el sobrino de Hud, el joven Lonnie, que llevara la dignidad de su país hacia la ruta, quizás para fundirse en silencio en esa abstraccion llamada pueblo, quizás para desaparecer del todo en el camino.
¿Dónde verla?: Ni idea.