Banshun de Yazujiro Ozu (1949)

Pablo Siciliano
2 min readAug 18, 2018

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El avance de la tecnología y de la industria rompió para siempre el conjunto de símbolos, valores y relaciones con el entorno natural que distintas comunidades alrededor del mundo preservaban como un tesoro. El concepto de “aldea global” arrasó con las aldeas originales por la vía de la violencia y porque además es, sencillamente, un modo de vida confortable y hedonista con el que, sin demasiado esfuerzo, cualquiera puede vivir mejor que un rey europeo del siglo XIX. Hay injusticias e inequidades, por supuesto, pero todos los índices de bienestar son los mejores que el hombre haya experimentado alguna vez.

Uno de los grandes desafíos de este tiempo es integrar los valores de las distintas comunidades fulminadas por la comodidad con la ética aeroportuaria de la globalización. Hace pocas semanas el gobierno de Dinamarca prohibió el uso del burka y el niqab, prendas utilizadas por algunas mujeres de religión musulmana. La prohibición afirma que ocultar el rostro en público es “incompatible con los valores de la sociedad danesa y el respeto a la comunidad”. Los valores, siempre los valores.

Los trenes obsesionaban a Ozu porque simbolizan el lento avance de la modernidad en los pueblos del interior de Japón. La película comienza, sugestivamente, con planos fordianos de una estación vacía, el preludio necesario de la destrucción de una familia que veremos a continuación. Esa destrucción está narrada de un modo fatalista: el movimiento de la sociedad es tan inexorable como las olas que llegan a la costa en el plano final. Todo en las películas de Ozu parece una coreografía silenciosa que incluye tanto a las personas como a las casas, las flores de los jardines y las montañas. Su historia es colectiva y, a la vez, íntima, y en su capacidad para trabajar en ambas escalas radica su genialidad.

El viejo padre, que forzó a su hija a casarse para que se adapte a los nuevos tiempos, está por primera vez solo en su casa y pela una manzana mientras piensa. La nueva sociedad que surgió luego de la gran guerra tenía una cosa muy clara: los valores que llevaron al mundo al nazismo estaban totalmente equivocados. El problema, como dice Eric Hobswawm, es que nadie tenía muy en claro cuáles eran los nuevos. Ese debate movió generaciones enteras a la clandestinidad o al individualismo pletórico del capital. Chishū Ryū, en un conmovedor plano final, comprende su destino. Nosotros no.

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