Conte d’été de Eric Rohmer (1996)

Pablo Siciliano
3 min readAug 15, 2018

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Hace pocos días fui a la Sala Lugones a ver esta película y fue una experiencia maravillosa tanto para mí como para las dos amigas con quienes estuve en la función y que desconocían por completo la obra del director, Éric Rohmer.

Como todos en la Nouvelle Vague, Rohmer escribió mucho sobre cine antes de filmar. A diferencia de sus compañeros de redacción Godard o Rivette, la izquierda nunca lo sedujo, ni siquiera durante los días tumultuosos del 68, cuando la juventud salió a la calle en busca de una libertad que después se transformó en llano liberalismo. Rohmer siempre se vio a si mismo como un conservador, acaso porque no dejaba de ver a la historia y a sus afiebradas revoluciones como movimientos efímeros dentro de la tradición europea cristiana que siempre moldeó su narrativa. En 1995, con un afiche de Definitely Maybe de Oasis en la pared de la habitación, Rohmer se aleja de cualquier determinismo social y construye personajes desamparados, a quienes les espera una suerte de revelación o iluminación según la creencia del buen cristiano y no del buen marxista.

Hace pocas semanas releí algunos episodios del Decamerón de Bocaccio: la condensación del tiempo, los escenarios voluptuosos y el espíritu libertino son antecedentes totalmente válidos para las películas de Rohmer, que conecta sin problemas el presente con las formas literarias del medioevo. Su cine, él mismo lo decía, es un cine pastoral. “Las preocupaciones de Rohmer son las de un tipo obstinado en introducir en el mundo moderno problemas típicos de la época medieval o del renacimiento: el amor cortés, la fidelidad, la tentación o la providencia. Es un cine armonioso como un vitral cristiano y que, como en toda pastoral, busca recuperar un orden perdido” escribe el filósofo Gabriel Muro. Sus películas tratan una y otra vez sobre personajes que cargan alguna angustia, y, tras superar una serie de tentaciones, afirman la validez de la moral.

Conte d’été es una de las películas que forman parte de “Los cuentos de las 4 estaciones”. Desde lo formal es típicamente rohmeriana: un equipo técnico reducido graba en escenarios reales a unos pocos personajes de no dejan de caminar y hablar por las playas de la Bretaña francesa. La acción tiene lugar a lo largo de 20 días de julio y agosto de 1995. Gaspard, estudiante de matemática y aficionado a la música, llega al pueblo de Dinard para encontrarse con la chica que él considera su novia, Lena. Mientras espera su llegada conoce a Margot, estudiante de etnología que trabaja como moza en una cafetería, y a la muy hermosa Solene, que vive con sus tíos. Podría ser el argumento de Verano del 98, en algún punto lo es: hacer de esto una obra maestra es el verdadero genio de Rohmer.

Gaspard parece atraer a todas las mujeres pero, en su candidez, acaso porque debe seguir la llamada de la música, regresa solo con su guitarra, tal como llegó. Las chicas y la tradición marinera de Dinard fueron estímulos para que su genio torpe aflore en una canción que compone durante la película. Es un alma libre que, tras superar la tentación que suponen las tres hermosas musas, está listo para seguir viaje. La única que parece comprender la trascendencia de ese encuentro banal es Margot, que llora desde la costa mientras el joven se aleja, no porque vaya a extrañarlo sino porque sabe, como nosotros, que estuvo en contacto con la belleza en la concepción más amplia que se le pueda dar a esa palabra. Ese tipo de experiencias no suelen repetirse.

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