It’s a Wonderful Life de Frank Capra (1946)

Pablo Siciliano
3 min readAug 26, 2018

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Bajo el influjo de algunas lágrimas que me sorprendieron al final de la película (que vi por cuarta o quinta vez con el mismo y vergonzoso resultado final) escribo estas palabras: It´s a Wonderful life es una las grandes obras maestras que Hollywood dio al mundo. Frank Capra, como Billy Wilder o Fritz Lang, era un inmigrante que ingresó a la fábrica de sueños para ver con lucidez las miseras del nuevo país e inyectar bajo las luces de neón su profunda amargura de post guerra.

En la inmensidad del cielo estrellado, bajo la forma de una constelación, Dios contempla a George Bailey, un hombre al borde del abismo. Este invocación inicial a la divinidad es un recurso milenario en la narrativa occidental, presentado aquí con una luminosidad que luego Disney industrializó. “Canta, oh diosa, la cólera del Pélida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades a muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves” entona Homero en el comienzo de la Ilíada. Un Dios sin religión y sin Iglesia será quien cuente la historia de George, desde su infancia hasta el momento definitivo de su vida. Desde esa distancia monumental, todo acto humano se vuelve conmovedor y toda discusión es una batalla épica. Lo que está en juego es que, de hecho, la vida pueda ser maravillosa.

George sueña con salir del pueblo y recorrer el mundo pero una y otra vez debe quedarse para ayudar a las personas que lo rodean. Heredó de su padre una entidad financiera que no prioriza el lucro sino la posibilidad de ayudar a que los ciudadanos, muchos de ellos inmigrantes recién llegados a la nueva América, cumplan su sueño de la casa propia. Lucha contra la mezquindad del señor Potter, villano perfecto que basa su ambición en el desprecio hacia la nueva sociedad multi cultural que comenzaba a conformarse tras la segunda guerra mundial. Bajo las luces del pueblo idílico de Bedford hay padres que pierden a sus hijos en la guerra, alcoholismo, inmigrantes sin techo, una economía en bancarrota y afroamericanos trabajando para sobrevivir hasta el día siguiente. Lo único que sostiene la frágil calma es el sentido de comunidad que George parece encarnar, incluso a costa de su propia felicidad.

El día de Navidad su esperanza inquebrantable parece venirse abajo. Solo y aislado en la noche tiene una experiencia mística. Mahoma, Jesús, Moises y tantos otros profetas atravesaron experiencias similares: George es el elegido y la verdad se le revela con una claridad absoluta. En el afán de no contar el final diré que, bajo la siempre emocionante melodía de la canción escocesa Auld Lang Syne, la película revela un humanismo conmovedor.

La idea de la comunidad no está fundamentada en la ideología, el color de piel, la religión o cualquier otro tema trascendente. Por el contrario, creo fervientemente en la micro política: la capacidad de ser generoso con el otro como estilo de vida y de pensarse menos como víctima que como protagonista de una revolución modesta pero efectiva. Parece fácil. No lo es.

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