Lazzaro Felice de Alice Rohrwacher (2018)
Las religiones pueden parecernos hoy vastas burocracias pero sus orígenes son siempre fascinantes, una combinación de hambre espiritual y azar que cobra sentido a través de un personaje místico, un iluminado que en un instante mágico logra ver lo que es, lo que fue y lo que será. Esta abstracción puede generar, claro, una multiplicación de lunáticos. Por eso, el verdadero misterio no es la aparición de Mahoma o Jesús sino el modo en que sus palabras, pronunciadas en un remoto rincón de oriente medio, se convirtieron en el mecanismo de poder más extenso y ubicuo de nuestra cultura.
Lazzaro Felice nos presenta a una comunidad de campesinos esclavizados por un régimen feudal y a un improbable santo surgido de sus entrañas, Lazzaro, un chico inocente siempre dispuesto a ayudar y a obedecer órdenes. Por un conjunto de accidentes, sin siquiera proponérselo, Lazzaro libera al grupo a costa de su sacrificio personal. Lo que sucede a continuación es un milagro: el cordero de Dios que quita el pecado del mundo resucita pero, en lugar de recluirse en el cielo y prometer un regreso que no termina de suceder, vaga entre los hombres. Allí descubrimos, con el sabor agrio de las alegorías, que la libertad de los campesinos es tan cruel como su esclavitud, que el sistema económico y social de la Italia contemporánea es atroz en su falta de oportunidades.
Todos han envejecido, todos han conocido la amargura, pero Lazzaro sonríe. Su inocencia es también un modo de mirar las cosas bajo un nuevo cristal, sin el espíritu cínico que necesitamos para soportar las injusticias que prevalecen. Desde el comienzo sabemos que no hay salida pero el modo en que la directora narra algunas situaciones (el milagro de la música de la Iglesia, las masas finas que los campesinos compran en una panadería) muestran una comprensión del carácter ambiguo del ser humano que no suele verse en pantalla y son realmente conmovedoras.
La película sufre el modo esquemático en el que la izquierda percibe la realidad. El guion empuja al personaje a un banco y allí, en el centro financiero del mundo corporativo, un final inverosímil se esfuerza en destruir la sutileza que la directora sostiene en cada escena. A fin de cuentas, como dice Angel Faretta en su crítica, “las dos grandes pasiones del italiano son la Iglesia Católica y el Partido Comunista”.