Quentin Tarantino y su guerra secreta

Pablo Siciliano
5 min readAug 31, 2019

--

Brad Pitt y Leonardo di Caprio, amigos pese a la diferencia de clase.

Atención: si no viste la película, no leas esto bajo ningún motivo.

Reservoir Dogs, la primera película de Quentin Tarantino, me cambió la vida. Tenía 14 años cuando, durante una tarde ventosa en Comodoro Rivadavia, la vi desde un VHS que tomé casi azarosamente en el videoclub Chubut. Ese día pensé por primera vez que hacer películas sería un trabajo genial. Aunque los docentes de la Universidad de La Plata trataron de demoler esa ilusión resistí íntegro el embate de su rencor y aún pienso que tomé la decisión correcta. El estreno de una de sus películas es un evento cinematográfico y personal, la evocación de aquella primera proyección y la conciencia feliz del tiempo que siempre pasa. Atrapado por la rutina de la que están hechos los días, esta vez apenas tuve tiempo para leer algún adelanto de la trama y solo supe que “Once Upon a Time… in Hollywood” narraba el asesinato de Sharon Tate en manos del clan Manson, una de las tragedias más famosas del siglo XX.

¿Qué es la tragedia? La respuesta puede agotar bibliotecas enteras y excede la ambición de este texto pero la única certeza es que lo trágico nos enfrenta una y otra vez a personajes determinados por los hilos invisibles de un destino que es siempre fatal. Edipo o Hamlet no saben que cada paso que dan construye el camino hacia su muerte; la compasión que nos despierta Antígona es muy útil para amigarnos con nuestra abrumadora insignificancia. La tragedia nos empuja a la catarsis, “la purificación de las pasiones del ánimo mediante la contemplación de una situación trágica”. Quentin Tarantino sabotea los cuatro mil años de literatura que lo preceden y cambia la historia universal para transformar un hecho trágico en una comedia. ¿Sharon Tate murió? Sí, claro, pero el cine puede salvarla, a ella y a todos nosotros. Su nueva película es una de las mejores de toda su carrera y nos confirma el poder redentor de la ficción. Es un juego, por supuesto, pero acaba moldeando el mundo.

En “El nacimiento de la tragedia”, el primer libro de Friedrich Nietzsche, el filósofo observa con desazón que la racionalidad de Sócrates cambió para siempre el teatro griego. Su discípulo Eurípides transformó una experiencia musical, religiosa y química en un mero teatro realista de sombras dejando de lado el espíritu dionisíaco de las representaciones antiguas. “Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se renueva la alianza entre los seres humanos: también la naturaleza hostil o subyugada celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre”. Desde el advenimiento socrático, el arte propaga una unidad moral que Platón imaginó en su utopía totalitaria, la República.

Tarantino se rebela contra la unidad moral de estos tiempos escenificando la exhuberancia de la libertad. ¿Qué son, a fin de cuentas, los integrantes del clan Manson? El diálogo que los tres asesinos tienen en el auto momentos antes de la masacre es muy ilustrativo: “every TV show but ‘I Love Lucy’ taught us how to kill”. La visión del mundo como una vasta conspiración es la consecuencia directa de no haber tenido que luchar por él. Los baby boomers no vieron en sus padres a un conjunto de héroes que garantizaron su libertad en Normandía sino a violentos fascistas con el rostro de John Wayne. Ejerciendo el rol cómodo del “buen salvaje”, el hippismo siempre fue una salida cobarde a los problemas, una experiencia paradójicamente monástica y censora. La nueva juventud revolucionaria llegó para demoler los valores de la generación previa pero lo que presentó a cambio osciló entre la guerilla antidemocrática y el protectorado de la ética. Además, como dijo Elvis Costello, John Lennon cantó “imagine no possessions” con más de 100 millones de libras en su cuenta bancaria.

Tarantino sabe de lo que habla: el progresismo de Hollywood lo ataca cruelmente hace muchos años montado sobre una imaginaria superioridad moral. Es un gran ejercicio intelectual leer el comentario sobre la película de Richard Brody para el New Yorker títulado, por supuesto, “Obscenamente Regresiva”. Los principales pecados de la película, según Brody, son presentar a Sharon Tate como una Barbie sin cerebro, mofarse de los mejicanos y de su único personaje asiático, estar protagonizada por un héroe que es un arquetipo de lo masculino y no mostrar las protestas políticas de la época. Como si anticipara cada detalle de este artículo, la venganza de Tarantino es terrible: el héroe de su película es un femicida, los villanos son potenciales amigos de Alexandria Ocasio-Cortez. Y el público lo disfruta.

Tarantino pelea por la libertad del cine como un soldado sanguinario que, en lugar de fusiles, cargara con una cámara. Sabe que el verdadero conflicto del arte de estos tiempos es escapar de la moral progresista. Mientras Lucrecia Martel censura a Roman Polanski en Venecia, él le dedica innumerables palabras de elogio. Pone el dedo en la llaga y da un salto al vacío en nombre de la libertad. El realismo de Eurípides o el realismo de la la nueva serie de Monzón hacen referencia a un mundo encorsetado por la moral. En nombre del dios Baco y del dios Sergio Leone, Tarantino apela a la fantasía libre como un acto de resistencia que termina transformándose, por supuesto, un manifiesto político. Los cowboys son nobles, la violencia es una herramienta para custodiar a la sociedad, las películas no imitan a la realidad sino que construyen una nueva libre de comisarios.

Entre el personaje de Leonardo di Caprio, un actor millonario, y Brad Pitt, su doble de clase trabajadora, se plantea una convivencia armoniosa a pesar de la abrumadora diferencia de clase. Esto es un fabuloso acto de rebeldía: la fábula que ordena el progresismo es incapaz de prescindir de la economía. Tarantino nos cuenta una amistad donde todos los demás hubieran trasnochado marxismo. La escena en la que Cliff Booth llega a su trailer y le da de comer a su perro es una larga y maravillosa exposición sobre la modesta rutina de un hombre de trabajo. No hay odio, rencor o resignación, apenas la sabiduría de un ser humano común tratando de construir su destino.

--

--

Responses (2)